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dissabte, 25 de maig del 2019

El pedrolo en el camino

En la alborada de mi singladura concienzuda y testaruda en la escritura me he topado con un pedrolo en mi camino. ¡Un pedrolo de la hostia! De verdad que me ha hecho daño, pues no creo equivocarme si digo que le he pegado con toda la puntera sin cuenta darme. De manera que si te dicen que caí, es verdad,  puesto que aquí me ves, de baja con el dedo gordo enyesado, por el pedrolo este que me he encontrado, viniendo de Monegros hacia Barcelona por esta brumosa plana, del campo ilerdense de la región catalana. Pues bien, parece que no soy el único que se había caído de bruces con el pedrolo de las narices, sin nada poder hacer, pues pronto habría de saber yo también, que me iba a tener que joder. Enyesado mi pie entero, porque un dedo gordo roto equivale a vendaje de aquí te espero, voy ya con mis muletas por Barcelona, la capital del territorio del dicho pedrolo, para pedir que hagan algo y lo quiten de allí en medio, antes que venga otro y se haga polvo. Gracias a uno de esos taxis amarillos y negros, he empezando dando tumbos por la ciudad, un poco así como el alienígena que buscaba a Gurb, desorientado pero decidido a cumplir mi objetivo de marras. ¡Qué bonito es Barcelona, en invierno y en verano! Venir a Barcelona en castellano me hace recordar la lectura en mi juventud de aquellas últimas tardes con Teresa, cuando el Pijoaparte buscaba seducir un amor catalán de ocho apellidos y muchas más pesetas. Yo ahora sólo quisiera que la búsqueda del sitio donde tengo que ir a reclamar me lleve algo menos de tiempo que la búsqueda del Watusi. Me permito preguntar al taxista -mirándole de soslayo- si lee, cuando acto seguido y sin interrupción le comento reunidos todos estos, mis pensamientos, a lo cual me responde al instante y con delicioso acento catalán: 

-Por supuesto que leo, señor, muchísimo, y veo además que no tiene usted mal gusto. Ahora, le diré una cosa y por favor, no se la tome a mal. A mí lo que me gusta es leer en mi lengua materna, o sea en catalán, ¡que es lo que se ha hablado aquí toda la vida,  guste menos o guste más!-. 

¡Caramba ! -pienso para mí. Esto me pasa por preguntar al taxista. Mejor me callo y seguimos. Tras este intercambio y dos direcciones infructuosas, terminamos por acabar en la Demarcación de Carreteras del Estado, puesto que parece ser que la vía donde encontré el susodicho guijarro, pertenece al estado y no a la región donde me lo he encontrado. He entrado en el edificio público situado en la calle de la Marquesa, número 12, no sin antes estar a punto de caer en la zanja de las obras efectuadas por la compañía de aguas municipal, situada justo delante de la entrada, que he podido sortear gracias a un trozo rectangular de metal, similar al de una nave espacial, colocada en posición horizontal. Una vez adentro, me ha atendido en el mostrador de información una señora muy amable, con acento también muy catalán, que me ha aclarado que por supuesto que sí que saben de qué Pedrolo se trata y que no lo pueden quitar de ahí, puesto que es de allí. -¿Pero, cómo dice usted? –le espeto. El hecho es que rápida y amablemente me ha extendido la dirección de una fundación que se llama “Manuel de Pedrolo” y me ha dicho que pregunte allí, o sea que vuelva cerca del lugar donde me golpeé, y que primero acuerde con ellos retirar el pedrolo, por lo menos a un lado, si es que resulta que ha molestado. Si hay que ir se va, que no es por no ir y no quitarlo, me comenta. En todo caso, yo les he hecho saber que hablaba de una gran piedra rodona, un obstáculo inadmisible en una ruta nacional española, no de una persona. Porque, o estoy un poco espeso esta mañana, que puede ser, puede ser, o es que me están hablando de una persona. La mujer otra vez que dale con el Pedrolo, ahora ya siempre con mayúscula. No, si me voy a tener que poner farruco...y yo cuando me pongo hecho un basilisco es que me nublo: 

-Oiga señora, a ver si me entiende, que yo de lo que vengo a quejarme es de una piedra en el camino, que no me ha hecho rodar y rodar, precisamente como destino. ¿No ve cómo llevo el pie?, y es que… ¡¡vamos a ver, que voy a poner una denuncia ahora mismo, joder!! ¡¡He venido con la mejor de las intenciones y es que no me quieren entender, me están aturdiendo!!-. 

Pese a mi exaltación y pronto, muy maleducados por cierto, no lo niego –lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir-, la señora ha mantenido la calma. Eso sí, al mismo tiempo, un grupúsculo de personas se ha ido alrededor de nosotros concentrando, para venir a ver qué está pasando. De entre el tumulto, ha aparecido sin embargo un tipo por allí, con cara de intelectual, de listillo, con maneras de timorato como si nunca hubiera roto un plato, pero yo siempre he pensado que como te despistes con estos un segundo, te la meten hasta dentro como Facundo. El señor se abre paso tranquilo, como si lo hiciera todos los días y viene derecho a darme un libro. Éste también, este señor ya les digo yo que sí que habla catalán, catalán, incluso acostado. Me dice : 

-“Tingui, l’he sentit demanar per ell i li regalo, és una nova edició d’un llibre cabdal en l’obra literària de Manuel de Pedrolo. Miri de llegir-lo ara, aprofitant que deu estar de baixa, li asseguro que no en tindrà cap queixa. I recobri’s aviat de la seva cama ranca”-. 

A ver, cómo les cuento yo ahora. No estoy acostumbrado a que me traten así con esa amabilidad, afabilidad, cordialidad y la verdad, de la manera que lo ha hecho para con un servidor, un desconocido hasta ahora mismo. El resto del tumulto ha ido escuchando con atención lo que decía el intelectual catalán, alguno con la cabeza incluso aseverando, para acabar todos uno a uno marchando. La verdad es que me ha llegado al alma el comportamiento de este señor, justo después de mi exabrupto, haciéndome sentir ahora tan mal que, ya solo en la calle, se me ha descontrolado el lagrimal. ¡Y es que no saben cuán hube echado yo en falta estos gestos de sabiduría, humanidad, humildad y templanza a lo Sancho Panza en la lontananza de mi territorio ancestral, vasto y orgulloso mas yermo, en el que ya nunca duermo! Seguidamente he solicitado al amable taxista que me estaba esperando, que me llevara de nuevo a la estación para leer el libro de don Pedrolo  a buen cobijo, mientras cogía el tren regional botijo, éste que te lleva a la Sagarra, pues acuérdense que ni con garra puedo embragar, acelerar o frenar, pues voy enyesado y de baja por impacto contra laja. El libro en cuestión es interesantísimo, oigan, fíjense en todo caso qué raro es, que voy ya por la mitad de él y no he llegado ni a Sabadel. La verdad, qué nivel, vivo sin vivir en mí con él, no sé que me está pasando leyendo el llibre aquest, ara que m’estic tot just endinsant a la serralada prelitoral, li estic trobant una fonètica, unes vocals, una sonoritat, quin vendaval! Una nasal i una palatal, una fricativa i una labiodental, una oclusiva i una bategant, una tímbrica, una prosòdia que quan arribi allà a la fundació, de ben segur m'hauré oblidat de la meva pròpia història. És més, aprofito que quasi m’acabo el llibre, no gens complicat en aquest tren atrotinat-cafetera que tot just ara ateny Cervera per, un cop arribi a la fundació, demanar-hi l’obra sencera. De Manuel de Pedrolo, us en vull  confessar allò que he trobat de rar i inesperat: una veritat.

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